jueves, 17 de abril de 2008

Los regresos posibles II

Desde que lo ví en el negocio hasta hoy, estoy buscando una forma de hacer que se entere que soy yo, la de los mails, la amiga de internet. Tiene que haber una forma que no sea decírselo porque no me animo. Sé que si me planto frente al mostrador y le digo "Hola Lisandro, soy Blanca Loser ¿te acordás de mi?" me voy a poner roja como un tomate y me voy a tener que ir corriendo.

Odio ser así de tímida para estas cosas. No sé por qué no podré ser igual de extrovertida que para todo lo demás, no puedo ser tan insegura. Si sé que lo único que quiero de él es que me conozca y hacer lo que sea necesario: cerrar la historia que empezó y no terminó hace años o continuarla, pero no dejarla así ahora que se me presenta la oportunidad. El problema es que no me sale. Me conozco y sé que me voy a quemar el cerebro pensando miles de planes imposibles para que se entere que soy yo.

martes, 15 de abril de 2008

Los regresos posibles

Después de un mes de ausencia me decidí a volver con una historia nueva y actual. No es como las que vine contando hasta ahora, cosas que pasaron hace unos años, sino que se podría decir que está contada en tiempo real. A lo mejor es algo bueno hasta para mi ir contando lo que pasa a medida que pasa, valga la redundancia.

El título de este post se refiere a mi regreso al blog y al regreso del protagonista de esta historia a mi vida. Eso pasó hace, más o menos, dos semanas. Volvió sin que lo llamase. Podría decirse que yo volví sin que me llamara también porque fue la casualidad la que nos juntó. Él no sabe quién soy. A mi no me molesta que no lo sepa (por ahora), lamento saber yo quién es él y no animarme a decirle nada.

Todo empezó hace muchos años, cuando empecé a descubrir internet. Duró unos meses, de julio a abril, más o menos, y nunca pasó de nivel hasta ese día hace dos semanas. Tampoco fue una relación muy profunda mientras nos conocíamos por internet: en aquel momento, la conexión de banda ancha no había llegado a todos los hogares así que nos escribíamos mails cada tanto. Los dos sabíamos del otro que vivíamos en el mismo barrio y nuestros nombres. Yo sabía de él su familia tenía un negocio en el centro. Y nada más.

Después de aquellos meses de mails, no hablamos más y no nos vimos nunca. Hasta que la casualidad y la urgencia me llevó a tener que comprar algo en el negocio de su familia y ahí estaba, atrás del mostrador. Nunca había ido a comprar ahí, solamente había pasado por la puerta pero desde la calle no se veía. Ahora estaba adentro; yo junto a la puerta mirando para todos lados como si hubiese algo digno de darme vergüenza y él en la suya porque no tenía idea de quién era yo, no era otra sino una clienta más.