lunes, 25 de febrero de 2008

Desechando oportunidades

Hace unos años tuve una época en la que despreciaba a todo hombre que quisiera seducirme e invitarme a salir. Al principio quedaba encantada, como siempre, y esperaba que realmente me llamaran. Una vez que lo hacían y me invitaban a salir, ponía mil excusas para evitar ese destino. Pensarían que era una histérica, pero no: yo no tenía las más mínimas intenciones de volver a verlos. Histérica hubiese sido si me hacía la difícil y seguía buscandolos, pero no. El cansancio les ganaba y dejaban de llamar, yo quedaba satisfecha pero a medias.

El problema era que ninguno cumplía con los requisitos básicos de aquel momento. Un problema más grave era que lo que yo buscaba en un hombre era que fuese igual a Tomás y eso era bastante imposible. Tomás era más grande que yo, dos años nada más, pero fue fundamental en nuestra no-relación. Nunca pasó nada más que un saludo o un rato charlando en la esquina pero yo estaba perdidamente enamorada de él y era todo lo que quería para mi. Por eso rechazaba a cualquier otro: si no lo tenía a el, necesitaba reemplazarlo con alguien igual, pero esa persona no existía.

Obviamente mis amigas me querían matar. Por Alejandro, especialmente. Me gustó desde que lo vi, él me invitó a tomar algo, él avanzó, él me llevo hasta mi casa. Fue un caballero, sin dudas, y me gustó todo lo que hizo. Pero después me di cuenta que no me gustaba tanto como Tomás. Y como idiota me deshice sutilmente de él por ese motivo. Ahora me doy cuenta de las estupideces que hice por una persona que no solamente no sentía ni iba a sentir lo mismo que yo sino que prácticamente no me conocía ni me registraba. Si me saludaba era porque yo hacía lo posible por que me viera, si viajabamos juntos en el colectivo era porque yo calculaba la hora para tomarme el mismo que él, si nos cruzabamos... seguramente también habría sido planificado por mi. Muy pocas cosas fueron casuales y forzadas no servían.

Me di cuenta después, tarde. Un día cuando recordaba, entre risas, aquellos desprecios sin motivos. Cuando recordé, después, el por qué de los desprecios, ya no me dio tanta risa. Más bien me di lástima.

viernes, 15 de febrero de 2008

Javi, Javier y yo (2)

Deseando que la cita terminara seguimos caminando por la zona más centrica de mi barrio. Era sábado, al día siguiente era el día del padre y las calles y los negocios estaban atestados de compradores. Todos estaban apurados, nosotros no teníamos apuro pues no teníamos a dónde ir. Por eso fuimos por las calles más cerradas del barrio y fue cuando la cita se puso linda, por decilo de alguna manera. Dejamos atrás el quilombo propio de la ocasión y pudimos charlar en paz. De mil cosas, de la vida, de lo que ya habíamos hablado por chat mil veces, de todo. Cada tanto él metía alguno de sus comentarios fanfarrones pero la situación misma le restaba importancia.

Casi sin darnos cuenta llegamos a la estación y él se tenía que ir porque se estaba haciendo de noche y, recordemos, tenía un viaje largo hasta la casa. Nos despedimos y justo cuando se estaba por ir, se arrepintió y me pidió un beso. Dudé pero accedí, después de todo, no podía hacerlo viajar al pedo e histeriquear al final de la cita. Nos besamos y juro que fue el beso más horrible que alguien me dio. Me deserotizó por completo. Por un momento pensé que esa cita podía terminar en un lugar más privado que una esquina pero ese beso arruinó ese y todos los posibles encuentros con Javier.

Apuré "la cosa" y nos despedimos, ahora sí, de verdad. Me prometió que iba a volver a visitarme pero yo en lo único que pensaba era en sacarme de encima la sensación del beso asqueroso que me había dado. No lo logré sino hasta la noche, con otros labios, claro.
Después de esa vez, volvimos a chatear y él parecía haberse quedado encantado conmigo, pero yo no con él. Aunque ese encantamiento le duró poco, según parece, porque nunca volvió ni mencionó la posibilidad de hacerlo. Yo no me hice problema.

Un tiempo después empecé a salir con otro chico, bastante más grande que yo. Nunca llegamos a ser novios pero la relación parecía venir en serio, salvo por unos detalles que terminaron siendo verdaderos problemas. En un principio no sabía si contarle a Javier o no sobre este chico, esquivé el tema cada vez que pude (porque él me preguntaba si no estaba con nadie cada vez que podía) hasta que una vez, en un chat, después de mandarme una lista de todas las cosas que se había comprado en la última semana, de los aumentos de sueldo que tuvo y tendía y de cómo se iba a hacer millonario trabajando en un cyber, me preguntó cuándo nos ibamos a volver a ver. "Nunca", le dije, "estoy saliendo con alguien. Tengo novio, Javi"

No era mi novio, pero eso él no lo sabía. No dijo nada. Me preguntó un par de cosas como de dónde era, cuántos años tenía... se puso evidentemente celoso, la cercanía de esta nueva persona era una ventaja. Me dijo que era muy grande para mi pero que me deseaba lo mejor. Después de eso no hablé más con el, al poco tiempo hice limpieza en el messenger y él se fue con los contactos no deseados.

lunes, 4 de febrero de 2008

Javi, Javier y yo

Esto tiene conexión directa con el post anterior. A Javier lo conocí por internet, en una sala tradicional de chat y la conversación empezó como una más, de esas en las que intercambiás preguntas típicas: de dónde sos, cuántos años tenés, etc, etc. Después de chatear un rato en la sala, intercambiamos direcciones de e-mail y nos agregamos a nuestros respectivos messengers. Charlamos mucho. Muchísimo. Descuidé muchas obligaciones por chatear con él hasta la noche muy tarde. Él trabajaba en un cyber así que no tenía mucho problema.

Pasó más de un mes de hablar todos (pero todos) los días por messenger, por teléfono no porque teníamos un problema: vivía lejos y las llamadas eran de larga distancia. Teniendo en cuenta la extensión de nuestras conversaciones por internet, por teléfono no serían mucho menores, así que decidimos evitar la conversacion telefónica.

Con el tiempo Javier se empezó a poner meloso. Me decía cosas lindas, cosas que yo me creía pero que no podía devolver porque a mi no me pasaban. Una noche me escribió un mail con muchas faltas de ortografía y muy mal redactado, según me dijo, estaba borracho mientras me escribía. El mail estaba lleno de declaraciones impensadas. Me decía que me quería, que era muy dulce y cosas por el estilo. Yo me sentía tan bien: no podía creer que un hombre estuviera sintiendo esas cosas por mi.

Un tiempo después llegó el encuentro, por fin nos decidimos. Él no quiso hacerme viajar a ningún lado, ni siquiera a un punto intermedio entre su casa y la mía que está a más de veinte kilómetros. Un caballero, pensé. No sé cuántas horas viajó ni en cuántos medios de transporte, pero llegó. Ninguno de los dos podía creer tener al otro en frente, pero solo nos abrazamos cuando nos vimos. Caminamos mucho, charlamos, fuimos a tomar algo y me regaló un chocolate. Un chocolate enorme, de esos que están en los kioscos y nunca nadie compra porque son gigantes y muy caros. Eso me regaló.

Mientras íbamos caminando prendió un cigarrillo que sacó de una cajita rara, no de las que venden en los kioscos. Sin que le preguntara nada me dijo que se la había comprado en España, era una edición limitada de no sé que marca de cigarrillos y que acá no se conseguían. El monólogo de su viaje a España duró como diez minutos en los que yo solamente pensaba "callate". En esa y otro par de oportunidades, aprovechó para ostentar sus logros, su plata, sus despilfarros, yo quería que la cita se terminara ya.